Si intentara hacer una lista o una descripción de las cosas que me agradan de la vida, me resultaría imposible; y es que, he descubierto un patrón de comportamiento muy inestable. Nada grave; en el fondo, busco solo una cosa: amor. Pero hoy, hoy digo lo que me gusta hoy. Desconozco el mañana. Néctar de mango, Rufles con queso. Esta combinación es agradable, no solo a la pupila, sino al paladar. Cada papa que entra a mi boca, va inmediatamente seguida de un trago de jugo; cuidando siempre permitir que las papas se mezclen con el jugo cuando aun se encuentran en la boca; para formar un bolo alimenticio muy homogéneo es necesario jugar con la comida chatarra, hacer uso de nuestra creatividad. Utilizar la lengua como si fuese una especie de cuchara, moverla arriba y abajo, poniendo especial énfasis en atrapar una pequeña ración del bocado sobre el lado gustativo de la lengua y presionar esta, a la parte superior de la boca; una vez en esta posición, puede uno proceder a desbaratar el bocado amasándolo con la lengua, moviéndola para enfrente y atrás, como si se estuviese apachurrando masa para tortillas de harina con un rodillo. Después de unos segundos el sabor del bolo alimenticio desaparecerá, y se enfrascara uno en la nada simple tarea de despegar los restos de los trozos de alimentos que han quedado atrapados entre los dientes y los huequecillos de las encías y el paladar; yo, que de repente me desespero, me auxilio de mis, siempre eficaces, dedos índice, tanto el derecho como el izquierdo. El área más laboriosa de limpiar son las muelas últimas de la dentadura; hay veces que, una vez atrapada la macilla en la punta de mi dedo, lo saco de mi boca y la miro muy detenidamente, como diciéndole: “por fin te he atrapado escurridiza masa condenada”, y mmm… ¡Yumi! La engullo de una sola, y fuerte succión.
Cuando parece no haber más rastros de papas en mi cavidad bucal, me detengo y tomo conciencia del sabor que acaba de disolverse en mi lengua. Y el momento de mayor intensidad se avecina, el éxtasis se desata al, lenta y elegantemente tomar el botellín de jugo —lo que aun queda— y llevarlo a mis labios, elevar mi cabeza y sentir el frio caldo de mango apagar el empacho salado de las rufles… cierro los ojos, contengo un poco la respiración y aprieto la botella con tanta fuerza que mi mano tiembla del esfuerzo; siento una enorme satisfacción, como mendigo que acaba de devorar un banquete esquicito después de años sin probar comida decente.
Exhalo, abro los ojos, meto la botella en la bolsa vacía de papitas, como si fuese una caguama en la clásica bolsa de papel café, y me quedo ahí, sentado en el sillón, respirando tranquilidad… saboreando aun sus labios, sintiendo su carnosidad, disfrutando el dolor de sus dientes mordiendo mi boca, escuchando su ligero respirar en mi oído; apreciando la belleza de la delgadez de su cuello…
1 comentario:
no hay nada comparable al comer, ni siquiera el sexo hermano. tengo mucho que no como papitas pero hiciste que se me antojaran. las deliciosas rufles, si no encuentro unos rancheritos con chile amor y limón estarían bien, ah, y un paupau bien frío, espero que todavía existan. si se puede un bubu lubu (pero frío) o un gansito sería genial.
¡¡¡¡qué recuerdos los de la infancia!!!
y luego los churritos del super ratón...
y los chaca chaca embadurnados con chamoy miguelito... ah genial.
y los paupau congelados mordidos de las esquinas...
y las sodas barrilito en bolsitas de plástico...
en fin, todo me recordó mi niñez, a veces tan lejana, a veces al pie del cañón, lo que si no recuerdo en esas fechas es esa cosa del amor, también indigesta. en esos días de niñez yo sólo amaba el fútbol, la cascarita en el barrio y jugar basquet en la escuela y beis con la mano...
demonios he envejecido...
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