
Eso que llevo dentro, eso es mi yo interno. Es como un pequeño astro cuya superficie seca e irregular proyecta la esencia de todo aquel objeto que se le acerca; así como nuestra luna refleja la luminosidad del Sol en medio de la mas oscuras de las noches, así mi diminuto corazón logra iluminar, con una luz tan pálida, como escasa, la inmensidad de la bóveda de mi ser. Aquí, en mi yo interno, encuentro el mas salvo de los refugios. Me parece a veces una selva espesa, húmeda, negra y pantanosa donde los rayos del pequeño astro lunar no logran penetrar jamás; mas la mayoría de las veces me interno en un bosque que no termina, de pinos gigantes y árboles de hojas aromáticas, donde una ligera lluvia se mantiene por siempre presente; y es aquí donde realizo caminatas infinitas. Pasos cortos, breves descansos, grandes distancias. Aquí adentro encuentro mi ritmo. Y de acá adentro saco aquello que me impulsa allá afuera, y viceversa. En estas profundidades habita un monstruo de rasgos dragonescos cuyo sentido de la existencia esta determinado por el absurdo de su soledad. Mi yo interno se asemeja a un péndulo cuyas oscilaciones rompen el aire tan suave, perfecta y elegantemente que pareciese que se observa el mismísimo ocaso del ultimo de los momentos del tiempo. Eso es lo que llevo dentro; una oscilación, una rara mezcla de energías, una ráfaga de fuego y calor entrelazada a una violenta corriente de aire frío y húmedo abalanzándose a gran velocidad en contra de la dureza del suelo erosionado del desierto.
Son solo tinieblas en un bosque nocturno atravesadas sutilmente por un tenue rayo de luz, donde uno escucha a lo lejos, en el origen, donde la luz se dispersa por completo: ¡Es solo el deseo intenso de creer!
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