I. LA PRIMER PIEDRA
Del cielo nacían sus malestares, nubes de azufre, como si cada vez que voltease sus ojos moribundos, hacia arriba, sin mirada y lejana, tocase sus entrañas estériles con sus manos sucias y llenas de iracunda resignación, hambrientas durante milenios, de aire, de estrella perennes. Hoy: un sentimiento se le encarnó a su conciencia animal; una voz extraterrenal se le manifestaba como credo vulgar y ancestral, como un lenguaje de gemidos disonantes, de latidos apenas tercos y perceptibles, casi de humano; un dedo invisible, sensacional, dirigiéndole hacia uno de sus propios agujeros, esos en los que uno mismo se reconoce y se avergüenza o se enorgullece , efecto vil y vital de lo necesario, hizole encararlo con su cruz, tallada de rencores divinos y demoníacos , como en sensible comunión sacramental del vino y el pan; abrió los ojos; despertó de un sopor fatal; renació como el soldado al morir: mostrándole al mundo como es, con sus masas informes mirando al suelo, con visiones incendiarias e inútiles de miniatura, con sus ojos de somarras mirando directo a la luz. Natividad morosa.
Y él, que había sobrevivido al fusil de Dios terrenal, a cierta insurrección inmanente y justa, ahora desfallecía en tierras de nadie, tierras leprosas, desafiando la línea dolorosa que separa la opulencia y la necesidad, como si con sus manos inhabilitadas intentara alimentar a la dignidad indigna de la humanidad, desnutrida como la esperanza del redentor.
“el que venciere, no sufrirá daño de la segunda muerte…”
Sus rezos cardinales parecían extinguirse, la llama que iluminaba su andar vago, ahora se tornaba acuática; la evolución no cesa de ocurrir a cada instante, se nos presenta en cada movimiento, en cada respirar, en cada mentira, en cada cuestión. Las flores que alguna vez formaron un altar se han marchitado. Polvo y ceguera. Ya no más. Sus días sacramentales eran penitencias tiernas y violadas; sus ojos interiores, dagas concupiscentes; sus pensamientos, estigmas profundos e inmaculados.
“Elí, Elí, ¿lama sabactani…?”
Todo había resplandecido con brillo de muerte, con ese olor peculiar a aceite y naftalina: aun caminaban, miraban y dormían las gentes en el exterior, pero como si en ellos la piedra se hubiera mutado monumental, pípilas sin razón ni pies, deliberantemente presas de las garras animales del Padre, de la noche a la mañana. En él, renacía contrario: algo desconocido y finito era liberado con sacrificio voluntario; ese algo había nacido en su nuca una noche de septiembre, con la muerte de su madre
–brillar y oscureserce, como quien dice lo mismo, requiere sacrificar luz y sombra que viven dentro, muy dentro de nuestro ser, que nacieron y morirán con nosotros, destruirlas seria negarnos, desmantelarnos– y la huida de su padre. Ahora él alimentaba a esas luces y sombras con ideas y dignidad. Bautismo inverso. Todo había muerto; él resucitaba.
Su vida, independiente y sensata desde ese momento, recordaba el ultimo sollozo de Cristo en la cruz, el tan esperado cacareo del gallo después de la definitiva negación de Pedro. Ahora existía un punto original, un pecado milenario. Había comprendido el anatema angular de la humanidad, ojos de centinela; había lanzado la primera piedra, piedra negada y que existe como protuberancia en nuestra nuca universal. Él es, era y será un hijo de Dios, por siempre, y nos observa, sentado a espaldas del Padre, como un depredador ansioso, como un humano, por los siglos de los siglos. Amén.
Trinidad Revueltas
Libre Letra… mayo del 2007
Del cielo nacían sus malestares, nubes de azufre, como si cada vez que voltease sus ojos moribundos, hacia arriba, sin mirada y lejana, tocase sus entrañas estériles con sus manos sucias y llenas de iracunda resignación, hambrientas durante milenios, de aire, de estrella perennes. Hoy: un sentimiento se le encarnó a su conciencia animal; una voz extraterrenal se le manifestaba como credo vulgar y ancestral, como un lenguaje de gemidos disonantes, de latidos apenas tercos y perceptibles, casi de humano; un dedo invisible, sensacional, dirigiéndole hacia uno de sus propios agujeros, esos en los que uno mismo se reconoce y se avergüenza o se enorgullece , efecto vil y vital de lo necesario, hizole encararlo con su cruz, tallada de rencores divinos y demoníacos , como en sensible comunión sacramental del vino y el pan; abrió los ojos; despertó de un sopor fatal; renació como el soldado al morir: mostrándole al mundo como es, con sus masas informes mirando al suelo, con visiones incendiarias e inútiles de miniatura, con sus ojos de somarras mirando directo a la luz. Natividad morosa.
Y él, que había sobrevivido al fusil de Dios terrenal, a cierta insurrección inmanente y justa, ahora desfallecía en tierras de nadie, tierras leprosas, desafiando la línea dolorosa que separa la opulencia y la necesidad, como si con sus manos inhabilitadas intentara alimentar a la dignidad indigna de la humanidad, desnutrida como la esperanza del redentor.
“el que venciere, no sufrirá daño de la segunda muerte…”
Sus rezos cardinales parecían extinguirse, la llama que iluminaba su andar vago, ahora se tornaba acuática; la evolución no cesa de ocurrir a cada instante, se nos presenta en cada movimiento, en cada respirar, en cada mentira, en cada cuestión. Las flores que alguna vez formaron un altar se han marchitado. Polvo y ceguera. Ya no más. Sus días sacramentales eran penitencias tiernas y violadas; sus ojos interiores, dagas concupiscentes; sus pensamientos, estigmas profundos e inmaculados.
“Elí, Elí, ¿lama sabactani…?”
Todo había resplandecido con brillo de muerte, con ese olor peculiar a aceite y naftalina: aun caminaban, miraban y dormían las gentes en el exterior, pero como si en ellos la piedra se hubiera mutado monumental, pípilas sin razón ni pies, deliberantemente presas de las garras animales del Padre, de la noche a la mañana. En él, renacía contrario: algo desconocido y finito era liberado con sacrificio voluntario; ese algo había nacido en su nuca una noche de septiembre, con la muerte de su madre
–brillar y oscureserce, como quien dice lo mismo, requiere sacrificar luz y sombra que viven dentro, muy dentro de nuestro ser, que nacieron y morirán con nosotros, destruirlas seria negarnos, desmantelarnos– y la huida de su padre. Ahora él alimentaba a esas luces y sombras con ideas y dignidad. Bautismo inverso. Todo había muerto; él resucitaba.
Su vida, independiente y sensata desde ese momento, recordaba el ultimo sollozo de Cristo en la cruz, el tan esperado cacareo del gallo después de la definitiva negación de Pedro. Ahora existía un punto original, un pecado milenario. Había comprendido el anatema angular de la humanidad, ojos de centinela; había lanzado la primera piedra, piedra negada y que existe como protuberancia en nuestra nuca universal. Él es, era y será un hijo de Dios, por siempre, y nos observa, sentado a espaldas del Padre, como un depredador ansioso, como un humano, por los siglos de los siglos. Amén.
Trinidad Revueltas
Libre Letra… mayo del 2007
No hay comentarios.:
Publicar un comentario